(vídeo) Un bar para gringos – Experiencia en Docs place

Cotacachi es una hermosa ciudad conocida por sus atractivos turísticos y por la proliferación de extranjeros residiendo allí. Teníamos una misión con mi equipo: documentar la vida de las personas foráneas que viven como nuevos cotacacheños. Entre entrevistas en inglés y un sentimiento de no querer incomodar, conocimos personas muy cálidas y amigables que nos compartían su realidad. Hablando con una mujer local nos dijo “Si quieren hablar con gringuitos, vayan al bar de Doc”. Allí empezó una experiencia que me hizo sentir un jubilado americano más en la hermosa ciudad de Cotacachi.

En una de las transversales de la ciudad, como una hueca en medio de las casas, está Doc’s Place. Te reciben el olor a tabaco y música anglosajona que te hace sentir en una película del viejo Oeste. Señores fumando afuera nos saludan como ya conociendo nuestros nombres y apellidos, alzando la cabeza y viéndote con ojos de colores no muy comunes en estas tierras. Entras y lo primero que ves es un grupo de hombres y mujeres de edad ‘rockstar’, pensionados, la mayoría. A penas vi un chico joven, pero todos en común tenían en su mano una cerveza, un cigarrillo o el palo de villar con en el que jugaban. “Hi” a quien saludes te responde, son amigables.



“¿Quién es Doc?” pregunté a uno de ellos, me respondió apuntando a la barra vacía, entendí que era el bartender del pintoresco lugar. Un aura de misterio comenzó a rodear al personaje en mi mente, ¿cómo será? Y en el momento apareció un hombre barbudo de más de setenta años, con unas gafas y chaqueta negras. Lo saludé y le pregunté si era susodicho hombre, extendiendo el brazo con mucha confianza se presentó “I’m Doc” y apretó fuertemente mi mano. Todo un personaje. Le preguntamos por una entrevista para conocerlo y supo expresarnos que estaba ocupado, siempre moviéndose y atendiendo a sus amigos, clientes haituales. A pesar de no concedérnosla, nos habló un poco de él mientras hace sus famosa bloody mary por pedido. Era todo un espectáculo como movía las salsas y el picante, los hielos y el vodka, quise anotar la receta. Lleva 8 años en Ecuador y mis especulaciones sobre su edad se confirmaron. A mitad de la conversación lo llaman sus colegas, “Doc, your turn”, era su turno en billar así que deja las posiciones alcohólicas para dedicar su atención a dar un buen tiro y ganar puntos. Nos impresionó, quisimos quedarnos.

Todos son de nacionalidades distintas, aunque uno pensaría que su casa común es Estados Unidos, algunos son canadienses, alemanes, belgas o incluso uno era chino. Las nacionalidades de lo que vulgarmente llamamos gringuito puede ser diversa. Todos pasan las tardes aquí hablando sobre sus rutinas jubiladas y contemplativas, o sobre sus experiencias aventureras en la lejana Europa. Cada personaje es una enciclopedia por la edad y de culturas diferentes por ser de países distintos, tan alejados. Para variar nos pedimos un bloody mary, que una de las cocineras dice que son “the best ones”. Decidimos no interrumpir la batalla de billar y lo pedimos para tomar en el patio, sin embargo, no dejo de observar cómo juegan.

Mientras estoy afuera conozco a Philip. Es un hombre estadounidense de setenta y seis años que lleva viviendo en Cotacachi trece. Su acento con tonos fuertes y contrastantes se ha formado tras la experiencia de vivir en varios lugares durante su vida, Alemania, Bélgica, California, España, recientemente Quito y finalmente Cotacachi, todo con su mujer, me dice mientras fuma. Me impresiona. Le pregunto por qué decidió vivir aquí en vez de Quito o Cuenca, me responde con un factor común, la tranquilidad. “En los 13 años que he estado aquí no he tenido un pleito con nadie, todo es tranquilo, el clima y la gente” me dijo, obviamente en inglés que sabía entender, pero me costaba al crear oraciones para mantener la interacción interesante.

“Nadie se mete con los gringos” me dice entre risas. Le pregunto si no les molesta ese apodo y me respondió que no. Él es lingüista y explica que, desde la antigüedad, los habitantes de la Europa del norte llamaban ‘griek’ a las personas de la península ibérica, sin importar que sean griegos o no. Esto significa que son de lejos. Me lleva al México del siglo XX, cuando veían llegar a los militares a ocupar espacios como Texas. Los locales al verlos les decían ‘green go’, por el verde del traje militar. Eso llevó a que se desarrolle el término gringo que no ofende a Philip, pero a otros extranjeros puede que sí.

Probamos la famosa bloody mary de Doc y a nuestro paladar se le desbloqueó un sabor diferente. Para acompañar pedimos unas papas fritas. Nos atendió Nina, una mujer belga de buen conversar. Nos acompañó mientras probábamos la bebida y se tomó un ‘cigarette break’. “Todos en la cocina somos de Bélgica, hacemos comida tradicional y ‘cheeseburgers’ para los americanos” se reía. A Nina le parece hermoso la ciudad. Ha viajado por gran parte de Ecuador y Colombia. Pasó por la costa probando los ceviches y visitando la playa, pero dice que prefirió el fresco de la sierra porque le recuerda a su pueblo natal, sin ser tan frío.

Mientras estuvimos allí Doc se aseguraba de estar pendiente si queremos algo más. En un momento pedimos limón para diluir un poco el sabor tan fuerte de la bloody mary y él nos pidió comprarle el limón, que se le había acabado, con toda la confianza del mundo, e incluso de cortarlo. Esta clase de gestos son lo normal en el bar, donde todos se conocen, son amigos, son comunidad, pasan por la calle y se saludan, entran y salen como si fuera su casa. Sin duda, Doc y sus amigos tienen un espacio para ellos, una extensión de su hogar y todos son bienvenidos. Un bar que te hace sentir en un pueblo tejano de Estados Unidos, donde el uniforme es un jean y un par de botines, y Doc es el sherif. Nos despedimos con una invitación a volver para jugar billar con él. Fue una experiencia muy distinta , pues pasamos esa tarde en otro lugar del mundo dentro de la ciudad de Cotacachi.

Escrito por Diego Paladines Murillo

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