Crónica de un basural anunciado en San Roque

Crónica de un basural anunciado en San Roque

San Roque amaneció como si le hubieran pasado una tormenta de fundas negras, vasos plásticos y botellas de trago barato. Y no, no fue un apocalipsis, fue la resaca ambiental que dejaron las fiestas de la parroquia tras las competencias de carretas y los shows culturales que, dicho sea de paso, sí sacaron sonrisas… hasta que llegó el amanecer y el panorama fue otro: un carnaval de basura desparramada por calles, la plaza, la iglesia y el parque.

El “arte” de botar la funda donde caiga se practicó con devoción. En cada esquina se podía ver la creatividad de nuestra gente: pilas de vasos, restos de comida, botellas rotas, hasta pañales usados, como si el suelo fuera un tacho comunitario. Y claro, el viento se encargó de repartir la herencia de la fiesta por todo San Roque, cual confeti que nadie pidió.

Uno se pregunta: ¿dónde quedó la famosa cultura andina del respeto a la Pachamama? Parece que el único ritual que sobrevivió fue el de botar la basura sin remordimiento. Y mientras tanto, los organizadores y autoridades se hacen los “shunshos”, como si la limpieza cayera del cielo.

El parque y la plaza, que un día antes eran escenario de música, danza y alegría, ahora parecen campos de batalla. Ni los perros callejeros quisieron meterse en semejante chiquero. El olor a trago, horina y colillas de cigarro derramados sobre las calles, competían con el humo de los volqueteros que llegaron al día siguiente a medio remolcar lo que los “devotos de la fiesta” dejaron regado.

La cosa da hasta para ironía: tanto que se habla de rescatar la tradición, de poner en alto el nombre de San Roque, y lo único que terminó en alto fue el cerro de basura. Y no es por hacer de aguafiestas, pero parece que la verdadera competencia no fue la de carretas, sino a ver quién dejaba más sucio.

Ojo, no se trata de satanizar la fiesta (porque todos gozamos del baile y la cultura), sino de entender que la identidad no se construye a punta de desperdicios. Si de verdad queremos orgullo parroquial, debería empezar por no convertir nuestras calles en basureros improvisados.

Al final, San Roque nos deja una enseñanza: fiesta sin conciencia es pura carcajada a medias. Y si seguimos así, la próxima competencia debería ser de quién barre más rápido la mugre que dejamos atrás.

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