“A veces hay problemas, pero toca saberlos llevar”
Estás a mitad de clases y no puedes concentrarte, tienes hambre. El docente les da un receso en la intersección de la hora. “Vayan a tomar algo o a ver de qué color es el ascensor”, los bendice a ti y a tus compañeros con unos minutos de descanso mental. Te pones a pensar qué quieres ¿unas papitas, o una cañita?, ¿o mejor una bebida con azúcar que te levante? Es ahí donde intervienen las personas del bar que se encuentran en toda institución, universidad, colegio o empresa. Son aquellas que con sus productos te ofrecen las provisiones necesarias para una recomposición, tanto a los maestros como a los alumnos, y doña Panchita te atiende con una gran sonrisa mientras te pregunta que te llevarás.

Alicia Esperanza Carlosama es la señora que lleva el bar de la Facultad de Educación, Ciencia y Tecnología, de la Universidad Técnica del Norte. De cariño la conocen como doña Panchita. Viene de San Gabriel, Carchi. Tiene 59 años, aunque con la vitalidad de una persona de 20. Ha llevado el bar de la facultad 25 años ya, y con este mantiene su hogar, ella y su hijo Juan David Carlosama. Llegó a Ibarra para hacerse la vida. Comenzó manufacturando chucherías para el negocio pequeño de una amiga suya. Ni se imaginaba llevar un bar en la U…
Habas y maníes le distribuía a esa allegada, que tenía un kiosquito de caramelos en la facultad. En una ocasión, la amiga le pregunta si ella deseaba llevar el pequeño puestito de alimentos, doña Panchita acepta y comienza a tomar viada en el negocio del bar. Durante los 25 años, los caramelos y mentas se fueron convirtiendo en bebidas, panes, gelatina, sánduches, fritada, entre más cosas que ofrece hoy en su local más grandecito, dentro de la infraestructura del bloque académico. Ahí tiene una estantería, refrigerador y mostrador donde pone los dulces que estudiantes y maestros compran para sobrellevar las horas de labor y enseñanza.

Con su actitud siempre abierta y alegre, doña Panchita se ha hecho amistades por doquier. Llegan los profesores y se les ofrece lo de siempre, compañeros y camaradas auxiliares y estudiantes. A veces a mitad de jornada o en media tarde, salen los sánduches de pollo con su ají especial, empanadas con yogurt o quesadillas con rodajas de queso en la mitad, que doña Panchita vende a parte.
Para mantener el local siempre abastecido, doña Panchita se levanta muy por la mañana a comprar pan, queso y más víveres en los negocios grandes. Está en la universidad a golpe de las 9am. Los clientes van y vienen, pero en las horas de almuerzo siempre llegan a ver que comer para no llegar de atraso a sus clases. A las 2:30pm, Panchita sale a almorzar, dejando a su hijo por si quieren comprar mentas o aguas. Regresa a las 3:30pm, con más compras como bebidas. Se queda en la tarde hasta las 6 o 7pm, dependiendo el día. Luego se retira para tomar bus a su casa.

En un bar el dinero va y viene. Se gana como se tiene que reinvertir. Diariamente, se invierten alrededor de 40 dólares para mantener los víveres del negocio. Sin embargo, si genera mejores ganancias para doña Panchita, con las cuales se paga los mantenimientos de su casa, como luz, agua, internet, y el alquiler del local que son 45 dólares.
El trabajo es de mucho movimiento, se mantiene parada y pasando alimentos o intercambiando sueltos, así como llevar las compras y paquetes de aguas y gaseosas desde el parqueadero al bar. Doña Panchita tiene dislocada su cadera, pero aun así se mueve con la vitalidad y juventud de siempre. Si le preguntas qué dificultades u obstáculos tiene a la hora de trabajar, te dice con una sonrisa amplia que ninguna.

El negocio les sirve a los maestros para desconectar un rato y conversar, así mismo con los estudiantes, pues los recibe siempre atenta y servicial. Si le preguntas cual es la clave de su felicidad no sabría cómo responderte. “A veces hay problemas, pero toca saberlos llevar” te dice con sencillez y humildad. Así que, si llegas cansado y compras un alimento, seguramente también salgas contagiado de su alegría.
Agradecemos a doña Panchita por contarnos su historia y brindarnos alimentos para reforzarnos en mitad de la jornada de estudios o trabajo.